La donación de un granjero malvinense y por qué está en un barranco escondido
Texto: Daniel Santa Cruz
20 de febrero de 2023
En dos ocasiones, apenas culminada la guerra de Malvinas, el gobierno británico pidió a las autoridades argentinas que enviaran una misión para “repatriar” los cuerpos de los soldados argentinos, ofreciendo toda colaboración y medidas de seguridad para hacerlo. La junta militar argentina no respondió el primer pedido porque no aceptaban el término “repatriar” con el argumento de que los soldados caídos descansaban en su patria. En la segunda oportunidad, ya bajo protesta e invocando una cuestión “sanitaria”, el gobierno de las islas pidió nuevamente la colaboración para retirar los cuerpos. Tampoco obtuvieron respuesta. Los cuerpos de los caídos en las islas se encontraban dispersados en todo el territorio donde se combatió, algunos en tumbas de guerra, otros en fosas comunes o tapados con piedras o una manta, o simplemente recostados sobre el frío suelo isleño. Para devolver la normalidad a los isleños, un propósito indispensable adoptado por el Reino Unido, sabían que debía solucionar este problema. No contaron con la colaboración del gobierno militar argentino. Eran épocas donde las relaciones eran inexistentes, la guerra acababa de terminar y Gran Bretaña se quejaba en organismos internacionales por no contar con la colaboración argentina para identificar las zonas minadas que habían quedado una vez culminado el conflicto.
Ante ese panorama, en diciembre de 1982 las autoridades británicas le encomendaron al capitán Geoffrey Cardozo el duro trabajo de recoger, exhumar, identificar y sepultar los cuerpos de los soldados argentinos esparcidos en las islas, trabajo que culminó el 19 de febrero de 1983, hace 40 años. En total el Cementerio de Darwin recibió los 246 cuerpos, la mitad de ellos identificados, con honores militares hacia los caídos, ceremonia acompañada de un oficio religioso. Cardozo dejó un informe detallado sobre el trabajo realizado, con datos, muestras y señales que le permitirían al gobierno argentino identificar a esos soldados que no habían sido identificados. En ese momento se creía que eran 119 porque, por razones de esqueletización y en el estado que habían sido encontrados las partes de algunos cuerpos, fue imposible individualizarlos. Lo que el entonces capitán Geoffrey Cardozo no pensaba era que su trabajo recién iba a ser reconocido 36 años después, cuando se puso en marcha el Plan Programa Humanitario Malvinas. Un plan que nació en 2008, cuando el veterano de guerra Julio Aro viajó a Malvinas y visitó el cementerio de Darwin. Julio volvió de ese viaje con la necesidad de hacer algo por esas 121 familias que, cuando pudieron, visitaron Darwin sin saber dónde descansaban los restos de sus hijos. Muchas madres adoptaban una tumba al azar: allí rezaban y dejaban flores, sin saber si en ella descansaba sus hijos.
Tiempo después, Aro tuvo un contacto fortuito en Londres con Cardozo. No se buscaron, no se conocían, simplemente Geoffrey actuó como intérprete de Julio para que este pudiera charlar con veteranos de guerra ingleses. Ese encuentro fue el punto de partida de una gesta histórica, quizás el hecho más importante referido a Malvinas desde que culminó la guerra. Creación del Cementerio de Darwin Cardozo recuerda que fue muy difícil encontrar un lugar donde ubicar el cementerio, los isleños no querían a los cuerpos de los soldados argentinos cerca, la guerra estaba muy fresca aún y los rencores marcaban el ritmo del humor de la población local. La primera propuesta del gobierno inglés fue crear un pequeño cementerio argentino en San Carlos. La idea no prosperó, se cree, por los reclamos de los isleños. Esto queda evidenciado en un telegrama enviado por el comandante inglés hacia Londres y la Cruz Roja en Ginebra, para dejar constancia de dicha intención.
En 1982, el Cementerio de Darwin recibió los 246 cuerpos, la mitad de ellos estaban identificados
Finalmente, un granjero llamado Brook Hardcastle, de la Compañía Islas Malvinas, donó unas hectáreas a 1,5 km de la localidad de Darwin. Tomó la decisión junto a Eric Goss, director agropecuario del asentamiento de Ganso Verde. Fue un gesto humanitario hacia los soldados caídos. También cumplían con los deseos de la población local. Darwin se encuentra a 88 km de Puerto Argentino, y solo los une un extenso camino de ripio llamado Darwin Road, donde hay un cartel indicador que dice Argentine Cementery. La ubicación también fue elegida para que las cruces no pudieran ser vistas desde las cercanas localidades de Puerto Darwin y Pradera del Ganso. El cementerio quedó emplazado dentro de un barranco, rodeado de cerros, fuera de la vista de los isleños. En un principio, cerca del predio donde se realizó el cementerio estaban sepultados 47 combatientes argentinos caídos en la Batalla de Pradera del Ganso, que transcurrió entre el 27 y el 29 de mayo de 1982.
Los soldados argentinos no fueron sepultados en cualquier lugar. El diseño y disposición del cementerio está de acuerdo con el modelo de la Commonwealth War Graves Commission (CWGC), la organización que desde la Primera Guerra Mundial ha manejado todos los cementerios que contienen los restos de militares británicos en todo el mundo. Se buscó un terreno cercano al mar, con pendiente que tuviera la tierra y la arcilla necesaria para que los cuerpos no fueran afectados agresivamente por el tiempo. Para Luis Fondebrider, que dirigió el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) “Darwin es un cementerio perfecto”. Las originales cruces de madera fueron reemplazadas en 2004 cuando la Comisión de Familiares realizó la reforma del cementerio de Darwin, donde se cambiaron las cruces y placas y se inauguró el enorme cenotafio con los nombres de los 649 caídos, reforma financiada por el empresario Eduardo Eurnekian, luego se colocó una estatua de la Virgen de Luján que recorrió todas las provincias argentinas antes de llegar a las islas. El mantenimiento del Cementerio es un tema de debate y demanda constante de los familiares. Durante años, Sebastián Socodo, un argentino casado con una isleña residente en Malvinas, cuidó y mantuvo el cementerio, pero luego tuvo desacuerdos con las familias. En 2018, cuando los 200 familiares llegaron para ver por primera vez las tumbas identificadas de sus seres queridos, se encontraron con flores y rosarios en las 230 cruces, que lucían de blanco límpido. Hasta la Virgen de Luján, que había sido vandalizada tiempo atrás, estaba en perfectas condiciones.
Ese trabajo estuvo a cargo del isleño Tim Miller, dueño de Stanley Growers, el único vivero de las Islas. Hasta la llegada de la pandemia en 2020 el cementerio se mantuvo en óptimas condiciones, pero su futuro es un debate abierto: la Cancillería rechaza que lo mantengan los británicos. Entienden que sería una suerte de reconocimiento de soberanía. Sepultar e identificar los cuerpos “Exhumar y sepultar cuerpos no es trabajo de soldados”, dijo Cardozo en 1982 antes de comenzar su tarea, entonces viajó a Londres y trajo 12 especialistas que trabajaban para la Funeraria de Paul Mills, el mismo que fue encargado de trasladar los cuerpos de los británicos al Reino Unido. También contó con la colaboración de William Lodge, otro especialista. Cardozo siempre resaltó que necesitó de hombres adultos preparados emocionalmente para este trabajo, pero que no podían superar los 40 años por el esfuerzo y desgaste físico que provocaba. El informe de Cardozo también detalla que “se llevaron a cabo grandes esfuerzos para identificar cada cuerpo, a pesar de que muchos muertos argentinos no tenían medallas identificadoras”. En algunos casos, si bien se las encontraba, estas chapas estaban en blanco. Algunos llevaban pequeños trozos de cartón cubiertos con adhesivo transparente. Muchas de las cartas halladas en los cuerpos habían sido enviadas por “organizaciones de bienestar social o familias patrióticas argentinas”. La mayoría de los efectos personales localizados en los cuerpos eran fósforos, lapiceras, dulces y pañuelos, además de estampitas, oraciones y rosarios. “Cuando vi los primeros cuerpos quedé en shock. No podía creer que no tuvieran la chapa identificatoria. Un soldado profesional nunca puede salir sin su identificación colgada al cuello”, dijo Cardozo a La NACION. Y agregó: “Encontré que algunos jóvenes habían pegado un papelito y escrito en tinta sus nombres, pero estaban borroneados por la lluvia y el clima. Revisé cada cuerpo con mucho cuidado, los bolsillos, las chaquetas, todo. Buscaba algo que me permitiera identificarlo con certeza: había cartas ‘a un soldado argentino’, rosarios, estampitas, golosinas, fósforos, alguna carta personal borroneada que no me permitía determinar si era propia o la había guardado para entregarla a un compañero, pero nada que me permitiera certificar quién era”.
Fue muy difícil encontrar un lugar donde ubicar el cementerio, los isleños no querían a los cuerpos de los soldados argentinos cerca, la guerra estaba muy fresca aún y los rencores marcaban el ritmo del humor de la población local
“No había registros dentales, ni detalles de huellas dactilares, ni asistencia con detalles o conocimiento local de naturaleza militar argentina. En alguna oportunidad encontré un número militar en algún cuerpo, que luego supe podía ser un número de identidad personal del soldado, pero no tenía más información al respecto”, relata Cardozo y agrega: “Hay que recordar que las técnicas de ADN no eran conocidas en 1983, pero expertos forenses con conocimiento de los detalles ante mortem relacionados con los caídos habrían sido muy útiles. Hice todo lo que pude en esas circunstancias”. Durante la primera etapa se realizó la exhumación, recuperación y puesta en ataúdes de todos los cuerpos ubicados alrededor de Stanley (Puerto Argentino), como los montes Tumbledown y Longdon. Los cuerpos fueron ubicados en ataúdes y luego llevados directamente en el Helicóptero Chinoock hacia el Cementerio de Darwin, donde los féretros se bajaban a las tumbas con reverencia y respeto, pero sin pompa ni ceremonia, según se afirma en el documento redactado por Cardozo. Esta tarea fue llevada a cabo durante los días 7, 8 y 9 de febrero de 1983. La segunda parte involucró a los cuerpos ubicados en la zona oeste, en Ajax Bay, Puerto Howard, Fox Bay, Ganso Verde, Darwin y en un número de áreas en la Isla Soledad. La tarea se llevó a cabo en cinco días y durante esa fase fueron exhumados en total 72 cuerpos. “El último cuerpo fue enterrado el 17 de febrero. Los dos días siguientes fueron utilizados para ensayos. La ceremonia final, con un oficio religioso y con honores militares, se llevó a cabo el 19 de febrero a las 15hs”, relata Cardozo en su informe. Cardozo redactó en ese documento que “el procedimiento seguido para el cuidado de los cuerpos fue el mismo en todos los casos. Después de la exhumación, cada cuerpo era examinado meticulosamente para su identificación. Luego era envuelto en una mortaja, puesto en una bolsa mortuoria de polietileno negro y finalmente en una bolsa mortuoria blanca de PVC”. “Toda la información disponible fue escrita en tinta indeleble sobre las bolsas” señala el escrito. Y además detalla: “Cuando el cuerpo era ubicado en el ataúd, la misma información fue transcrita con tinta indeleble en las tapas de los ataúdes. Los mismos datos fueron transferidos al registro de Tumbas Argentinas, el cual indica exactamente el lugar donde descansa cada cuerpo en el cementerio. Este sistema cruzado evitaría cualquier error si hubiera algún tipo de pedido en un futuro de re-exhumar los cuerpos que están en el cementerio”. Esos soldados no identificados en 1983 descansaron durante 36 años bajo la leyenda “Soldado argentino sólo conocido por Dios”. El informe Cardozo El informe de Cardozo, una suerte de bitácora de su experiencia en Malvinas, no fue tenido en cuenta hasta la puesta en marcha del Plan Humanitario para la identificación de los cuerpos en Darwin. Del retiro de tropas argentinas, comenzó una etapa de estancamiento en las relaciones bilaterales entre el Reino Unido y Argentina, una relación que, cuando se recompuso, siempre dejó afuera del diálogo el tema de la soberanía en las islas.
La identificación de los cuerpos de los soldados argentinos sepultados en Darwin se convirtió en una política de Estado que atravesó la grieta política. Comenzó a tomar forma durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. En esa gestión se tomaron las decisiones más destacadas para encarar el proyecto que se firmó, oficializó y se ejecutó casi en su totalidad durante el gobierno de Mauricio Macri. El PPH Malvinas fue encomendado a la Cruz Roja Internacional, que contó con el trabajo técnico del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) un organismo muy reconocido mundialmente y que ya venía trabajando con éxito en la identificación de cuerpos NN, víctimas de la represión ilegal durante la última dictadura. Darwin, 40 años Pasó el tiempo y aún el coronel Geoffrey Cardozo se refiere a los soldados sepultados en Darwin como “mis chicos”. Él mismo viajó por el país visitando a sus madres para decirles que fue el último que tocó los cuerpos de sus hijos. En marzo de 2018 pudo acompañar del brazo a esas madres a las tumbas donde ahora sí se sabía fehacientemente que allí descansaban sus hijos. Además, Darwin fue el escenario de otro hecho histórico que sucedió el 12 de marzo de 2019. La legislación local prohíbe mostrar banderas argentinas o realizar ofensas a los locales, son muy estrictos con ese cuidado para evitar desmanes o peleas entre argentinos e isleños. Sin embargo, ese día, con el aval de las autoridades, una enorme bandera argentina, sostenida por familiares de los soldados allí sepultados, flameó en suelo malvinense por primera vez desde la rendición argentina, el 14 de junio de 1982.