La derrota del ejército patriota en Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818, demostró la singular fortaleza de San Martín para sobreponerse a las más adversas calamidades. Cuando todo parecía perdido, el 5 de abril, solo diecisiete días después de Cancha Rayada, estaría nuevamente firme y erguido frente al enemigo en Maipú. «La Patria es libre» pronunciaría victorioso antes de finalizar ese día. Estos son los sucesos entre estos dos enfrentamientos armados. Colaboración del doctor Martín Blanco.
Desde que retornó a su patria en 1812 decidido a sacrificarlo todo por la emancipación sudamericana, hasta que cargado de gloria y habiendo cumplido con usura su misión, decidió poner un punto final a su vida como hombre público en septiembre de 1822. En el transcurso de esos diez años San Martin mostró y demostró una singular fortaleza para sobreponerse a las adversidades, de todo orden, que el derrotero de la guerra iba poniendo en su camino como Libertador.
La derrota del ejército patriota acaecida en Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818 fue, sin lugar a duda, un suceso que puso a prueba aquella virtud sanmartiniana. En dicho escenario se produjo el único traspié del ejército bajo las órdenes del gran Capitán, con la particularidad que esta derrota pudo haber comprometido toda la suerte de la guerra de Independencia de Sud América.
En Cancha Rayada, terreno ubicado entre el río Lircay y Talca, las fuerzas patriotas sufrieron un serio desbande, en medio de un cambio de posiciones ordenado por San Martin, que pensaba dar batalla al día siguiente, con la singularidad de haber sido un combate que se desarrolló en la nocturnidad, producto de la sorpresa del ataque realista, lo que coadyuvó a generar una enorme confusión y un caos tal, que incluso las propias fuerzas de la metrópoli en determinado momento de la acción se disparaban entre ellas.[1]
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Al respecto, sirva de ejemplo lo narrado por el coronel Manuel Alejandro Pueyrredón “…La confusión que se produjo en nuestras tropas es imposible de describir. Todavía hoy la pluma se afloja en nuestros dedos al recuerdo de aquella horrible noche. Allí no había voces de mando, porque era imposible hacerse oír por el ruido de las descargas, la disparada de caballos, de mulas cargadas, de otras con la artillería, y hasta los bueyes con la artillería de línea y carros de municiones se precipitaban al rio, cayendo con estrepito, acompañado todo esto de los gritos de los conductores, junto con los relinchos de los caballos que huían atropellando a cuantos encontraban”.[2]
El bravo General O`Higgins, que en un principio resistía con tres batallones de infantería, se vio de golpe con uno solo, y en medio de la confusión recibió un balazo que le fracturó el brazo derecho a la altura del codo.
Por su parte, San Martin que seguía muy de cerca la acción desde el cuartel general, ubicado al pie de los cerrillos de Baeza, vio caer a su lado al ayudante Juan José Larraín[3]. Persuadido de la cuasi completa dispersión de su ejército mandó a retirar la reserva y a iniciar la retirada hacia la Villa de San Fernando.
En ese terrible contexto, una división del ejército patriota pudo salir airosa de la confusión. Era la división comandada por el coronel Hilarión de la Quintana, división que logró realizar a tiempo el cambio de posición ordenado por San Martin, tanto que previamente a que se produzca la sorpresa del ataque realista, Quintana ya estaba reunido con el Estado Mayor aguardando órdenes. Es por ello que cuando se produjo el desastre quien comandó dicha división lo fue el coronel Juan Gregorio de Las Heras, el héroe de la infausta jornada.
Observó Las Heras la escena por momentos dantesca de lo que ocurría en el teatro de operaciones, consultó al joven Blanco Encalada, a la sazón jefe de la artillería, quien le informó no tener un solo cartucho. En efecto, la artillería patriota se perdió por completo en aquella acción. Asimismo, Las Heras tampoco contaba con ningún elemento de caballería, razón por la cual era imposible pensar en alguna acción ofensiva con buen desenlace. He aquí la gran lucidez del bravo coronel de preservar los tres mil quinientos hombres de su división y no empeñarlos en la confusión reinante, dando inició a la que puede ser considerada como la retirada más importante y trascendente de nuestra historia militar[4]. Decisión que, como veremos más adelante, tanto ponderó el General en Jefe y tanto gravitó en las futuras acciones.
San Martín y O`Higgins partieron del cerrillo de Baeza rumbo al norte, a marcha lenta habida cuenta la herida que padecía el segundo. Ya en Quechereguas, el General chileno se manifestó proclive a establecer en esa localidad el cuartel general y preparar las fuerzas para una defensa. En esas circunstancias el genio de San Martín salió a relucir y “concluyó por convencer a O`Higgins que un ejército en dispersión, sin municiones y dominado por el pánico no era prudente pensar en una batalla”.[5]
Asimismo, ordenó partidas a efectos de reunir a los elementos dispersos, para luego continuar su marcha hacia Chimbarongo, en donde notificado de la cercanía de la división de Las Heras, decidió salir a su encuentro. El que se concretó el 21 de marzo, no solo como un gesto de reconocimiento por la valerosa actuación del coronel y de su división, que con una disciplina espartana llevó adelante una marcha forzada, con alarmante escases de víveres producto de la dispersión[6]. Sino también para disipar los rumores y la incertidumbre de los soldados de aquella heroica división, que según el propio Las Heras creían que los demás cuerpos del ejército habían sido destrozados, dando por hecho que el propio San Martin había perecido en la batalla. En esa oportunidad ordenó a Las Heras que continuara su marcha hacia la capital evitando comprometerse en acciones contra el enemigo.
A estas alturas, San Martin comprendió que había esperanzas, que pese a la tremenda dispersión de la noche del día 19 solo había tenido 120 bajas, algunos prisioneros, y que efectivamente se había perdido toda la artillería del ejército de los andes y todo el parque, pero que aún se conservaba la de Chile. Prueba de ello es el parte que el propio San Martín escribió al director de las Provincias Unidas, Juan Martin de Pueyrredón y al director delegado de Chile Coronel Luis de la Cruz “Campado el ejército de mi mando en las inmediaciones de Talca, fue batido por el enemigo, y sufrió una dispersión casi general, que me obligo a retirarme. Me hallo reuniendo la tropa con feliz resultado, pues cuento ya 4000 hombres desde Curicó a Pelequen…”.
Mientras tanto, en San Fernando O`Higgins recibía las primeras curaciones de su herida. El agobio físico producto de la fiebre y de la pérdida de sangre no había logrado quebrar su espíritu. Mientras que el cirujano general Diego Paroissien lo trataba, un tanto alarmado al ver su rostro pálido por la hemorragia y la fatiga, buscó darle esperanzas diciéndole que el ejército podría retirarse a Mendoza y reconstruirse allí, a lo que O`Higgins reconvino “Eso, no. Mientras yo viva y haya un solo chileno que quiera seguirme, haré la guerra en Chile al enemigo. Basta con una emigración”[7]
Si las aguas parecían calmarse en las huestes de San Martín, absolutamente lo contrario se vivía en Santiago. La noticia de la derrota llegó a la capital en la noche del día 20 (Viernes Santo), de la peor manera de boca de aquellos que lograron escapar de la trágica jornada.
Rumores de toda índole inundaron la capital, se decía que San Martin y O`Higgins habían muerto, que el ejército fue totalmente destrozado, que las fuerzas realistas al mando de Osorio marchaban a tomar la capital, que todo estaba perdido. Los vecinos se agolparon frente al palacio de gobierno para tener más noticias, presos del pánico y de la incertidumbre. Otros cargaban sus pertenencias y partían a Mendoza. Los adictos a la monarquía española se frotaban las manos, en la convicción que el amo viejo recuperaba el control de la ciudadela de América.
Según el inglés Samuel Haig, testigo de los acontecimientos, en la mañana del Sábado, el ambiente se tornó aún más sombrío, “Las más extrañas versiones comenzaron a circular acerca de ellos (San Martin y O`Higgins) algunos decían que se habían embarcado en las inmediaciones de Valparaíso y que navegaban mar afuera, otros, que habían cruzado la cordillera, y por ultimo un testigo ocular afirmaba que había visto a San Martin fusilado sobre el campo de batalla (…) Las escenas desarrolladas en las calles de la capital fueron verdaderamente dolorosas, tal vez no se repetirá nunca en los hogares santiaguinos una emigración de tanta gente en masa hacia un país extranjero…”.[8]
La incertidumbre llegaba a más altas esferas de gobierno, Tomas Guido, dilecto amigo y colaborador de San Martín, que estaba en Chile como enviado diplomático del gobierno, rápidamente notificó a Pueyrredón de la delicada situación “Me es sumamente sensible decir a vuestra excelencia que anoche a las doce y media llegó un posta al supremo gobierno desde la Villa de San Fernando, con el aviso de haber sufrido nuestro ejército una completa derrota la noche del 19 en las inmediaciones de Talca (…) Hoy confirman la noticia varios individuos que presenciaron la dispersión de nuestras tropas, sin que hasta este momento se sepa fijamente el destino de los generales San Martín, Balcarce y Brayer, teniéndose solo la noticia del señor O`Higgins que se retira con algunos dispersos”.[9]
Acción de Cancha Rayada – 19 de Marzo de 1818
Mientras tanto, el coronel Luis de la Cruz, momentáneamente a cargo del gobierno chileno como director delegado no pudo más que retirar los caudales públicos para ponerlos a salvo y reunir algunas tropas en la capital. El contexto pareció superarlo, razón por la cual decidió convocar un cabildo abierto para el día 22 de marzo.
Si la situación era de por si harto compleja, el general Brayer, a la sazón jefe del Estado Mayor y testigo del traspié de la noche del 19 de marzo, terminó por liquidar cualquier dejo de esperanza. En pleno cabildo abierto y consultado por De la Cruz si era posible remediar lo sucedido, respondió que no había posibilidad de rehacer la derrota sufrida y que, por el contrario, la completa desmoralización del ejército y el estrago causado en sus filas disipaban, según él, toda esperanza de reparar el golpe.
Refiere Tomas Guido que todos quedaron mudos y consternados ante la declaración, tan calificada, como se suponía que era la de quien supo ser oficial de Napoleón. Afortunadamente estaba presente el propio Guido, que anoticiado del parte de San Martín tomó la palabra para retemplar los ánimos después de la tremenda sentencia de Brayer, “Yo puedo asegurar a esta asamblea con irrefragables testimonios que poseo, que el general San Martín, aunque obligado a replegarse a San Fernando desde Cancha Rayada, dicta las más premiosas órdenes para la reconcentración de las tropas y reunión de las milicias”.[10]