San Martín ante la adversidad, entre Cancha Rayada y Maipú

La derrota del ejército patriota en Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818, demostró la singular fortaleza de San Martín para sobreponerse a las más adversas calamidades. Cuando todo parecía perdido, el 5 de abril, solo diecisiete días después de Cancha Rayada, estaría nuevamente firme y erguido frente al enemigo en Maipú. «La Patria es libre» pronunciaría victorioso antes de finalizar ese día. Estos son los sucesos entre estos dos enfrentamientos armados. Colaboración del doctor Martín Blanco.

Desde que retornó a su patria en 1812 decidido a sacrificarlo todo por la emancipación sudamericana, hasta que cargado de gloria y habiendo cumplido con usura su misión, decidió poner un punto final a su vida como hombre público en septiembre de 1822. En el transcurso de esos diez años San Martin mostró y demostró una singular fortaleza para sobreponerse a las adversidades, de todo orden, que el derrotero de la guerra iba poniendo en su camino como Libertador.

La derrota del ejército patriota acaecida en Cancha Rayada, el 19 de marzo de 1818 fue, sin lugar a duda, un suceso que puso a prueba aquella virtud sanmartiniana. En dicho escenario se produjo el único traspié del ejército bajo las órdenes del gran Capitán, con la particularidad que esta derrota pudo haber comprometido toda la suerte de la guerra de Independencia de Sud América.

En Cancha Rayada, terreno ubicado entre el río Lircay y Talca, las fuerzas patriotas sufrieron un serio desbande, en medio de un cambio de posiciones ordenado por San Martin, que pensaba dar batalla al día siguiente, con la singularidad de haber sido un combate que se desarrolló en la nocturnidad, producto de la sorpresa del ataque realista, lo que coadyuvó a generar una enorme confusión y un caos tal, que incluso las propias fuerzas de la metrópoli en determinado momento de la acción se disparaban entre ellas.[1]

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Al respecto, sirva de ejemplo lo narrado por el coronel Manuel Alejandro Pueyrredón “…La confusión que se produjo en nuestras tropas es imposible de describir. Todavía hoy la pluma se afloja en nuestros dedos al recuerdo de aquella horrible noche. Allí no había voces de mando, porque era imposible hacerse oír por el ruido de las descargas, la disparada de caballos, de mulas cargadas, de otras con la artillería, y hasta los bueyes con la artillería de línea y carros de municiones se precipitaban al rio, cayendo con estrepito, acompañado todo esto de los gritos de los conductores, junto con los relinchos de los caballos que huían atropellando a cuantos encontraban”.[2]

El bravo General O`Higgins, que en un principio resistía con tres batallones de infantería, se vio de golpe con uno solo, y en medio de la confusión recibió un balazo que le fracturó el brazo derecho a la altura del codo.

Por su parte, San Martin que seguía muy de cerca la acción desde el cuartel general, ubicado al pie de los cerrillos de Baeza, vio caer a su lado al ayudante Juan José Larraín[3]. Persuadido de la cuasi completa dispersión de su ejército mandó a retirar la reserva y a iniciar la retirada hacia la Villa de San Fernando.

En ese terrible contexto, una división del ejército patriota pudo salir airosa de la confusión. Era la división comandada por el coronel Hilarión de la Quintana, división que logró realizar a tiempo el cambio de posición ordenado por San Martin, tanto que previamente a que se produzca la sorpresa del ataque realista, Quintana ya estaba reunido con el Estado Mayor aguardando órdenes. Es por ello que cuando se produjo el desastre quien comandó dicha división lo fue el coronel Juan Gregorio de Las Heras, el héroe de la infausta jornada.

Observó Las Heras la escena por momentos dantesca de lo que ocurría en el teatro de operaciones, consultó al joven Blanco Encalada, a la sazón jefe de la artillería, quien le informó no tener un solo cartucho. En efecto, la artillería patriota se perdió por completo en aquella acción. Asimismo, Las Heras tampoco contaba con ningún elemento de caballería, razón por la cual era imposible pensar en alguna acción ofensiva con buen desenlace. He aquí la gran lucidez del bravo coronel de preservar los tres mil quinientos hombres de su división y no empeñarlos en la confusión reinante, dando inició a la que puede ser considerada como la retirada más importante y trascendente de nuestra historia militar[4].  Decisión que, como veremos más adelante, tanto ponderó el General en Jefe y tanto gravitó en las futuras acciones.

San Martín y O`Higgins partieron del cerrillo de Baeza rumbo al norte, a marcha lenta habida cuenta la herida que padecía el segundo. Ya en Quechereguas, el General chileno se manifestó proclive a establecer en esa localidad el cuartel general y preparar las fuerzas para una defensa. En esas circunstancias el genio de San Martín salió a relucir y “concluyó por convencer a O`Higgins que un ejército en dispersión, sin municiones y dominado por el pánico no era prudente pensar en una batalla”.[5]

Asimismo, ordenó partidas a efectos de reunir a los elementos dispersos, para luego continuar su marcha hacia Chimbarongo, en donde notificado de la cercanía de la división de Las Heras, decidió salir a su encuentro. El que se concretó el 21 de marzo, no solo como un gesto de reconocimiento por la valerosa actuación del coronel y de su división, que con una disciplina espartana llevó adelante una marcha forzada, con alarmante escases de víveres producto de la dispersión[6]. Sino también para disipar los rumores y la incertidumbre de los soldados de aquella heroica división, que según el propio Las Heras creían que los demás cuerpos del ejército habían sido destrozados, dando por hecho que el propio San Martin había perecido en la batalla. En esa oportunidad ordenó a Las Heras que continuara su marcha hacia la capital evitando comprometerse en acciones contra el enemigo.

A estas alturas, San Martin comprendió que había esperanzas, que pese a la tremenda dispersión de la noche del día 19 solo había tenido 120 bajas, algunos prisioneros, y que efectivamente se había perdido toda la artillería del ejército de los andes y todo el parque, pero que aún se conservaba la de Chile. Prueba de ello es el parte que el propio San Martín escribió al director de las Provincias Unidas, Juan Martin de Pueyrredón y al director delegado de Chile Coronel Luis de la Cruz “Campado el ejército de mi mando en las inmediaciones de Talca, fue batido por el enemigo, y sufrió una dispersión casi general, que me obligo a retirarme. Me hallo reuniendo la tropa con feliz resultado, pues cuento ya 4000 hombres desde Curicó a Pelequen…”.

Mientras tanto, en San Fernando O`Higgins recibía las primeras curaciones de su herida. El agobio físico producto de la fiebre y de la pérdida de sangre no había logrado quebrar su espíritu. Mientras que el cirujano general Diego Paroissien lo trataba, un tanto alarmado al ver su rostro pálido por la hemorragia y la fatiga, buscó darle esperanzas diciéndole que el ejército podría retirarse a Mendoza y reconstruirse allí, a lo que O`Higgins reconvino “Eso, no. Mientras yo viva y haya un solo chileno que quiera seguirme, haré la guerra en Chile al enemigo. Basta con una emigración”[7]

Si las aguas parecían calmarse en las huestes de San Martín, absolutamente lo contrario se vivía en Santiago. La noticia de la derrota llegó a la capital en la noche del día 20 (Viernes Santo), de la peor manera de boca de aquellos que lograron escapar de la trágica jornada.

Rumores de toda índole inundaron la capital, se decía que San Martin y O`Higgins habían muerto, que el ejército fue totalmente destrozado, que las fuerzas realistas al mando de Osorio marchaban a tomar la capital, que todo estaba perdido. Los vecinos se agolparon frente al palacio de gobierno para tener más noticias, presos del pánico y de la incertidumbre. Otros cargaban sus pertenencias y partían a Mendoza. Los adictos a la monarquía española se frotaban las manos, en la convicción que el amo viejo recuperaba el control de la ciudadela de América.

Según el inglés Samuel Haig, testigo de los acontecimientos, en la mañana del Sábado, el ambiente se tornó aún más sombrío, “Las más extrañas versiones comenzaron a circular acerca de ellos (San Martin y O`Higgins) algunos decían que se habían embarcado en las inmediaciones de Valparaíso y que navegaban mar afuera, otros, que habían cruzado la cordillera, y por ultimo un testigo ocular afirmaba que había visto a San Martin fusilado sobre el campo de batalla (…) Las escenas  desarrolladas en las calles de la capital fueron verdaderamente dolorosas, tal vez no se repetirá nunca en los hogares santiaguinos una emigración de tanta gente en masa hacia un país extranjero…”.[8]

La incertidumbre llegaba a más altas esferas de gobierno, Tomas Guido, dilecto amigo y colaborador de San Martín, que estaba en Chile como enviado diplomático del gobierno, rápidamente notificó a Pueyrredón de la delicada situación “Me es sumamente sensible decir a vuestra excelencia que anoche a las doce y media llegó un posta al supremo gobierno desde la Villa de San Fernando, con el aviso de haber sufrido nuestro ejército una completa derrota la noche del 19 en las inmediaciones de Talca (…) Hoy confirman la noticia varios individuos que presenciaron la dispersión de nuestras tropas, sin que hasta este momento se sepa fijamente el destino de los generales San Martín, Balcarce y Brayer, teniéndose solo la noticia del señor O`Higgins que se retira con algunos dispersos”.[9]

Acción de Cancha Rayada – 19 de Marzo de 1818

Mientras tanto, el coronel Luis de la Cruz, momentáneamente a cargo del gobierno chileno como director delegado no pudo más que retirar los caudales públicos para ponerlos a salvo y reunir algunas tropas en la capital. El contexto pareció superarlo, razón por la cual decidió convocar un cabildo abierto para el día 22 de marzo.

Si la situación era de por si harto compleja, el general Brayer, a la sazón jefe del Estado Mayor y testigo del traspié de la noche del 19 de marzo, terminó por liquidar cualquier dejo de esperanza. En pleno cabildo abierto y consultado por De la Cruz si era posible remediar lo sucedido, respondió que no había posibilidad de rehacer la derrota sufrida y que, por el contrario, la completa desmoralización del ejército y el estrago causado en sus filas disipaban, según él, toda esperanza de reparar el golpe.

Refiere Tomas Guido que todos quedaron mudos y consternados ante la declaración, tan calificada, como se suponía que era la de quien supo ser oficial de Napoleón. Afortunadamente estaba presente el propio Guido, que anoticiado del parte de San Martín tomó la palabra para retemplar los ánimos después de la tremenda sentencia de Brayer, “Yo puedo asegurar a esta asamblea con irrefragables testimonios que poseo, que el general San Martín, aunque obligado a replegarse a San Fernando desde Cancha Rayada, dicta las más premiosas órdenes para la reconcentración de las tropas y reunión de las milicias”.[10]

Francisco Fortuny (pintor)

Francisco Fortuny (Puebla de MontornésTarragona, 1 de enero de 1865-Buenos Aires, 23 de julio de 1942) fue un pintor, dibujante e ilustrador de libros y revistas argentino de origen español.

Francisco Fortuny nació en Puebla de MontornésTarragona, el 1 de enero de 1865. Cursó sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Hacia fines de 1887 viajó a la Argentina y se radicó en Buenos Aires, donde comenzó a trabajar como dibujante en las revistas ilustradas Caras y CaretasEl Sud AmericanoP.B.T.,Vida ModernaPapel y TintaPulgarcito y Plus Ultra. Fue el ilustrador de los Manuales de Historia de la Editorial Estrada desde 1906 y uno de los primeros artistas de su época en sentirse atraído por el acontecer nacional.​

Su cuadro «Creación de la Bandera Nacional» que muestra al General Belgrano a caballo, saludando a la enseña nacional a orillas del río Paraná fue utilizado en la estampilla de 5 centavos conmemorativa del centenario del Paso a la Inmortalidad del prócer.​

Falleció en Buenos Aires, el 23 de julio de 1942

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El exilio de General

En nuestro imaginario, cuando evocamos la figura del Gral. José de San Martín, aparecen ante nosotros las clásicas imágenes que aprendimos en los años de escuela: el cruce de los Andes, las damas mendocinas, el heroico Cabral. Sin embargo, cuando buscamos indagar sobre el libertador luego de la emancipación americana, su vida se nos escapa, desdibujándose en un manto de sombras y silencios. Exilio en Europa, preocupación por la situación del país y una relación compleja con Rosas, fueron algunos de los componentes de una vida lejos de la patria por la que tanto luchó.

Luego de liberar los territorios de los actuales países de Argentina, Chile y Perú, cruzando una de las cadenas montañosas más altas del mundo, el General parece esfumarse entre ingratitudes y rencores. La vida en el exilio tuvo un punto de inflexión: la entrevista de Guayaquil. En 1822, las tensiones con Simón Bolívar eran evidentes, por lo que San Martín decidió dar un paso al costado, con el objetivo de allanar el camino hacia la ansiada libertad. La empresa no fue para nada sencilla, y recién en 1824 los americanos lograron derrotar el yugo español en los campos de Ayacucho.

San Martín eligió suelo europeo para pasar sus días. Las elites dirigentes de Buenos Aires no le perdonaban el hecho de no haber acudido con el Ejército de los Andes a defender la capital, invadida por las fuerzas del litoral en 1820. Estas elites no comprendían que San Martín no podía y no quería disponer sus fuerzas militares en guerras civiles.

Hacia 1824, San Martín se encontraba en Londres, ya que su prioridad era consolidar la educación de su hija Merceditas. Aprovechó la presencia de algunos funcionarios del gobierno de Bolívar para mantener reuniones y enterarse de la situación americana. Sin embargo, el encuentro con sus compatriotas en la capital inglesa no fue nada grato. Alvear y Rivadavia comenzaron a difundir rumores para desprestigiarlo. Alvear, por ejemplo, envió cartas a Buenos Aires para que la prensa difunda, con toda la mala intención, la noticia de que San Martín quería reinstaurar la monarquía en América.

La situación de sus finanzas obligó a San Martín a regresar al Río de la Plata en 1829. Quería obtener rentas de unas propiedades que poseía en Buenos Aires, Mendoza y Chile, por lo que necesitaba organizar cuestiones burocráticas y dejar administradores a cargo. Al llegar, el panorama político no lo recibió del mejor modo. La presidencia de Rivadavia sólo duró unos meses entre 1826 y 1827, en medio de un conflicto bélico con Brasil.

El enfrentamiento entre Lavalle y el federal Manuel Dorrego culminó con el fusilamiento de este último, por entonces gobernador de Buenos Aires. Esta situación causó malestar popular contra los unitarios y dejó el camino abierto para que Juan Manuel de Rosas se ponga al frente del partido federal. Apoyado por sectores rurales, Rosas accedió a la gobernación de Buenos Aires en 1829.

En palabras del historiador John Lynch, San Martín no tenía una buena relación con el arte de la política, tal como sucedió en Lima. Su mundo eran las armas. Por lo tanto, tomó una actitud indiferente ante el clima de inestabilidad que se vivía en el Río de la Plata.

Jose Rondeau y Juan Manuel de Rosas

Luego de gestionar el cuidado de sus propiedades, San Martín retornó a Europa para vivir en Francia, cerca de París. Aprovechó el tiempo para apoyar el matrimonio de su hija con Mariano Balcarce, hijo de Antonio González Balcarce, un buen amigo suyo. En 1833 nació María Mercedes y el libertador se convirtió en abuelo.

Mientras tanto, los tiempos políticos en nuestro país consolidaban el gobierno de Rosas. Para Lynch, existía en San Martín una tensión entre libertad y autoridad que no le permitía tomar una posición definitiva con respecto al rosismo. No sentía agrado por la persecución política, pero consideraba que una figura fuerte era la única alternativa para lograr cierto orden. Con el paso de los años, San Martín fue virando su posición hasta apoyar al gobernador. En 1838, con motivo del bloqueo francés al puerto de Buenos Aires, San Martín ofreció sus servicios militares, sensibilizado por el desaire a la independencia americana. En tono elegante, Rosas rechazó el ofrecimiento, ya que quería a San Martín de su lado pero no a su lado. Tiempo después, Rosas recibió como regalo el sable corvo sanmartiniano, como reconocimiento por defender “el honor del país”, esta vez con motivo del bloqueo anglo-francés de 1845.

Instalado en Boulogne Sur Mer desde 1848, San Martín aprovechaba el tiempo para pasarlo junto a sus nietas (la familia se había agrandado con la llegada de Josefa), limpiar armas y lidiar con enfermedades. En un interesante estudio, el Dr. López Rosetti detalla una larga historia clínica: gota, reuma, úlceras estomacales, heridas de guerra, cólera y tuberculosis fueron algunas de las afecciones de San Martín. El opio y los baños termales eran los paliativos momentáneos para sus dolores.

San Martin y Merceditas en Francia

Finalmente, la agonía definitiva llegó el sábado 17 de agosto de 1850. Después de pasar la mañana en el sofá, sintió frio y le pidió a su hija que lo llevara a la cama. Sufría un intenso dolor en el estómago. A las dos de la tarde partió de este mundo el libertador de medio continente, el padre de la patria, el que siempre estuvo dispuesto, a pesar de los desagravios, a desenvainar su espada por la libertad de los americanos.

Juan Pablo Bulacio
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Área de Investigación
Museo Casa Histórica de la Independencia

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Combate de San Lorenzo

San Martín llegó a Buenos Aires a bordo de la fragata inglesa George Canning el 9 de marzo de 1812. Según el historiador John Lynch, la ciudad poseía un mínimo de encanto derivado de su pasado colonial, con calles regulares, adoquinadas de manera tosca, que se cortaban formando ángulos rectos y plazas espaciosas que aliviaban la monotonía creada por la sucesión de edificaciones de poca altura. El ambiente era insalubre y las atracciones eran pocas: había teatro, algunos cafés, y las populares corridas de toros y peleas de gallos estaban a la orden del día. Las ocasionales pulperías, una combinación de bar y tienda de abarrotes, ofrecían a los jinetes un poco de descanso. Sin embargo, la única comida era una carne de vacuno muy dura, cocinada inmediatamente después de que la res hubiera sido sacrificada y procedente de sus partes menos blandas.

Combate de San Lorenzo

San Martín fue bienvenido por unos, pero era sospechoso para otros. Había pasado la mayor parte de su vida en España y muchos años en el ejército español. Era un oficial de la potencia colonial, y no dejó de advertir las reservas que despertaba entre las autoridades locales. Había rumores de que era un espía británico. Otras sospechas afirmaban que era un agente no sólo de España sino de Francia, y por lo tanto, un enemigo de Gran Bretaña.

Hacia 1812, el proceso político revolucionario había derivado en la formación de un Triunvirato conformado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso. En abril 1812, el lugar de Paso fue ocupado por Juan Martín de Pueyrredón. Órgano caracterizado por el centralismo de sus políticas, tendrá en Bernardino Rivadavia una figura clave, ya que el secretario del Triunvirato tuvo una activa participación en la toma de decisiones. 

El Primer Triunvirato decidió crear un nuevo  escuadrón de caballería, un arma hasta entonces desatendida por las fuerzas revolucionarias. San Martín fue el encargado de organizar y adiestrar a la nueva unidad, que concibió como un cuerpo de elite formado en los últimos modelos estratégicos que él había aprendido en Europa. Dirigió personalmente la instrucción, y se ocupó del vestido y la elegancia de oficiales y soldados, insistiendo en la necesidad de mantener los estándares más elevados de estilo y disciplina. El gobierno ordenó a las provincias que enviaran jinetes para unirse al escuadrón, pero San Martín se encargó de seleccionar el cuerpo de oficiales y participó activamente en su formación. Para agosto se había reclutado un primer escuadrón compuesto de dos compañías de setenta y dos hombres cada una y el adiestramiento estaba en marcha. Para finales de 1812 se incorporaron al cuerpo de San Martín nuevos reclutas procedentes de San Luis y Corrientes. Además, se le autorizó a reclutar tropas de su tierra natal, las aldeas guaraníes de la región de Yapeyú. El 5 de diciembre se decretó la creación de un regimiento de Granaderos a Caballo, y dos días después se ascendió a su oficial al mando, San Martín, al grado de coronel.

“Febo Asoma, mitos y verdades sobre el combate de San Lorenzo”, por Felipe Pigna

Qué distintas hubieran sido nuestras infancias y nuestros entusiasmos patrióticos si antes de enseñarnos de memoria la bella “Marcha de San Lorenzo”1 nos hubieran explicado por qué se libró aquel combate, qué intereses estaban en juego o, aunque sea, qué quería decir “Febo”. Nos tendrían que haber dicho, que las fuerzas españolas de Montevideo se autoproclamaban como las continuadoras del virreinato del Río de la Plata y llevaban adelante una férrea resistencia contra el gobierno de Buenos Aires, al que obviamente se negaban a reconocer, y constituían un verdadero peligro para la continuidad de la Revolución. Así describía La Gaceta uno de estos mortíferos ataques del enemigo: “A eso de las nueve de la noche la flotilla, estacionada en la rada interior, comenzó, sin previo aviso, el bombardeo de Buenos Aires. Las granadas, describiendo hermosos arcos, caían sobre la ciudad alumbrada ya por los faroles nocturnos. Las familias se encontraban casi todas en sus tertulias y aunque las granadas hacían explosión en uno y otro sitio, no por eso las señoras dejaban de subir a las azoteas para presenciar el espectáculo. Después de arrojar unas cincuenta granadas sobre la ciudad y manteniendo un vivo fuego sobre la playa, felizmente ineficaz, el español Michelena intimó la rendición de las autoridades.” 2

Fuente: Felipe Pigna, La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín, Buenos Aires, Planeta, 2014, págs. 158-165.

Nos podrían haber enseñado que aquel corajudo regimiento compuesto por gauchos, indios y mulatos estaba dispuesto a todo y que tenían plena conciencia, gracias a las arengas de su jefe, de lo que estaba en juego en sus acciones contra los saqueadores, ladrones de gallinas y asesinos que nos atacaban. Que San Martín arengaba vehementemente a sus hombres, recordándoles por qué luchaban y qué pensaba el enemigo de nosotros los americanos. Podía haber recurrido a las palabras lanzadas por el virrey de Abascal: “Los americanos han nacido para ser esclavos destinados por la naturaleza para vegetar en la oscuridad y el abatimiento” 3 y a la vibrante respuesta de Mariano Moreno: ”Sin que sea vanagloria podemos asegurar que de hombres a hombres les llevamos mucha ventaja. Podemos afirmar que el gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y abatimiento pero como la naturaleza nos había hecho para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas limpiando el terreno de la broza de tanto mandón inerte e ignorante, que no brillaban sino por sus galones, con que el ángel tutelar había cubierto sus vicios y miserias”4.

Los hombres que combatirían finalmente en San Lorenzo eran unos 150 granaderos de elite que el propio San Martín había seleccionado por sus condiciones de combate, gente de temer para el enemigo, los que marchaban hacia las costas de nuestro majestuoso Paraná para hacer frente a esa amenaza, en el ardiente verano de 1813. San Martín, que esperaba ansioso la oportunidad de entrar en combate, destinó vigías que, desde tierra, siguiesen los movimientos de los buques españoles y, gracias a ese trabajo de inteligencia, decidió esperar el desembarco cerca de la posta de San Lorenzo, estableciendo su cuartel en el convento de San Carlos.

Sus espías trabajaban intensamente y gracias a ellos pudo saber con precisión que el jefe español Zabala venía navegando por las aguas del Guazú desde el día 17 de enero con una escuadrilla que era superior a toda la flota que pudiera reunir la naciente patria: once barcos muy bien artillados con unos 300 hombres entre las tropas de desembarco y la marinería. El viento norte soplaba a favor de los justos y venía complicando la navegación a vela de la flota invasora. Para el día 28 la flota realista ya andaba por San Nicolás, llegando al Rosario el 30. Allí los vio desembarcar el paisano Celedonio Escalada, quien le avisaba al jefe que estaba dispuesto a resistir con sus 22 hombres de a pie y 30 de a caballo y un cañoncito. Pero la avanzada siguió hacia el Norte, a unos 27 kilómetros de Rosario, donde el río se ensancha a la altura de la Posta de San Lorenzo, un pueblito de unos 20 ranchos, pero con el importante convento de San Carlos Borromeo, fundado por los franciscanos provenientes de la estancia del Carcarañá en 1790.

El convento de San Lorenzo

El convento de San Lorenzo (llamado, en rigor, convento de San Carlos Borromeo) es un establecimiento religioso que perteneció a la Orden de Frailes Menores ubicado en la localidad de San LorenzoProvincia de Santa Fe a 31 km de RosarioArgentina.

Comenzado en 1792 para reemplazar el heredado de los jesuitas, que estaba ubicado cerca del Río Carcarañá, en el actual distrito Aldao. El convento se albergaba desde 1796 a los religiosos en un edificio de estilo colonial; y se hallaba aún inconcluso en 1813, cuando el 3 de febrero fue empleado por las tropas del entonces Coronel de Caballería José de San Martín para albergarse antes del combate de San Lorenzo, el primer enfrentamiento en la Guerra de Independencia Argentina y único combate librado por San Martín en lo que hoy es suelo argentino.

La iglesia, comenzada en 1807, es obra del arquitecto Juan Bautista Segismundo, también autor de la Recova de Buenos Aires. Además de esta, el conjunto incluye los edificios del convento, el seminario y dos colegios. En el refectorio principal se instaló el hospital de campaña tras el combate, y allí falleció el sargento Juan Bautista Cabral; los muertos fueron sepultados en el huerto.

Hoy funciona en las instalaciones el Museo Histórico del Convento San Carlos, con exhibiciones de arte religioso, un cementerio en el que una urna contiene las cenizas de los caídos en la batalla de San Lorenzo, y varias salas conservadas como monumentos históricos: una celda que alojó al coronel San Martín, el refectorio, y exhibiciones sobre la construcción del convento y la obra de los frailes.

El convento de San Lorenzo tiene además otros antecedentes que ilustran sobre su merecimiento histórico:

  • En una de sus habitaciones se instaló la primera escuela pública que se abrió en el país después de la Revolución de Mayo; el Colegio San Carlos
  • En él se firmó el 12 de abril de 1819 el armisticio de San Lorenzo, entre los representantes de Manuel Belgrano y los del General Estanislao López.
  • Frente al convento fue vencida en 1840 la escuadra francesa que pretendió remontar el Paraná
  • El 16 de enero de 1846 el general Lucio Norberto Mansilla enfrentó en el mismo sitio a un gran convoy compuesto de unidades del gobierno de Montevideo, escoltadas por buques de guerra ingleses y franceses.

Por ley n.º 12.648 del 2 de octubre de 1940 fueron declarados Monumento Nacional el convento y el campo contiguo, al que se lo denomina «Campo de la Gloria», en honor y referencia a la batalla de San Lorenzo, aunque no fue ese el lugar exacto de la misma.

El convento San Carlos ya no existe como tal en la Orden de Frailes Menores, puesto que fue suprimido y sus religiosos fueron reubicados. La Parroquia San Lorenzo Mártir que se ubica junto al histórico convento fue entregada a la Arquidiócesis de Rosario en el año 2020, por lo que actualmente es atendida por un sacerdote diocesano.

wikipedia.org/wiki/Convento_de_San_Carlos_Borromeo

Himno Nacional Argentino

El Himno Nacional Argentino es el himno oficial de Argentina, y uno de los símbolos patrios de ese país.

Fue escrito por Alejandro Vicente López y Planes en 1812 y compuesto por Blas Parera un año más tarde. Originalmente fue denominado Marcha patriótica, luego Canción patriótica nacional y posteriormente fue una Canción patriótica. Una publicación en 1847 lo llamó «Himno Nacional Argentino», nombre que ha conservado y con el cual es conocido.

El Día del Himno Nacional Argentino es el 11 de mayo.

Letra original

La letra que se corresponde con la versión original del Himno Nacional del año 1813 es mucho más larga que la actual debido a su reducción a partir del año 1900.7

La primera versión que se publicó tenía errores atribuibles a la imprenta.​

Además de errores de ortografía («imbasor» en vez de «invasor» en la versión impresa, pero no en el manuscrito),​ un error particularmente llamativo en la luz de conflictos posteriores fue «Buenos–Aires se opone a la frente de los pueblos …» en lugar de «… se pone a la frente …» de la versión original.​

A continuación, una transcripción de la versión del 14 de mayo:

Himno Nacional Argentino(Letra completa y corregida)

Vicente López y PlanesMúsica:Blas Parera¡

¡Oíd, mortales!, el grito sagrado:

¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!

Oíd el ruido de rotas cadenas

ved en trono a la noble igualdad.

Se levanta en la faz de la tierra

una nueva gloriosa nación.

Coronada su sien de laureles,

y a sus plantas rendido un león. (bis)

Estribillo (con coro)

Sean eternos los laureles

que supimos conseguir: (bis)

coronados de gloria vivamos,

o juremos con gloria morir. (tris)

De los nuevos campeones los rostros

Marte mismo parece animar. (bis)

La grandeza se anida en sus pechos

a su marcha todo hacen temblar.

Se conmueven del Inca las tumbas,

y en sus huesos revive el ardor,

Lo que vé renovando a sus hijos

de la Patria el antiguo esplendor. (bis)

Estribillo (con coro)

Pero sierras y muros se sienten

retumbar con horrible fragor. (bis)

Todo el país se conturba por gritos

de venganza, de guerra, y furor.

En los fieros tiranos la Envidia

escupió su pestífera hiel. (bis)

Su estandarte sangriento levantan

provocando a la lid más cruel. (bis)

Estribillo (con coro)

¿No los veis sobre México y Quito

arrojarse con saña tenaz? (bis)

¿Y cuál lloran, bañados en sangre

PotosíCochabamba, y La Paz?

¿No los veis sobre el triste Caracas

luto, y llanto, y muerte esparcir?

¿No los veis devorando cual fieras

todo pueblo que logran rendir? (bis)

Estribillo (con coro)

A vosotros se atreve argentinos

el orgullo del vil invasor.

Vuestros campos ya pisa contando

tantas glorias hollar vencedor. (bis)

Mas los bravos que unidos juraron

su feliz libertad sostener

a estos tigres sedientos de sangre

fuertes pechos sabrán oponer.

Estribillo (con coro)

El valiente argentino a las armas

corre ardiendo con brío y valor:

El clarín de la guerra, cual trueno

en los campos del Sud resonó.

Buenos Aires se pone a la frente

de los pueblos de la ínclita unión.

Y con brazos robustos desgarran

al ibérico altivo león.

Estribillo (con coro)

San JoséSan LorenzoSuipacha,

ambas PiedrasSalta, y Tucumán,

la colonia y las mismas murallas ​

del tirano en la banda Oriental. (bis)

Son letreros eternos que dicen:

aquí el brazo argentino triunfó;

aquí el fiero opresor de la Patria

su cerviz orgullosa dobló. (bis)

Estribillo (con coro)

La Victoria al guerrero argentino

con sus alas brillantes cubrió.

Y azorado a su vista el tirano

con infamia a la fuga se dio. (bis)

Sus banderas, sus armas, se rinden

por trofeos a la libertad.

Y sobre alas de gloria alza el pueblo

trono digno a su gran majestad.​

Estribillo (con coro)

Desde un polo hasta el otro resuena

de la fama el sonoro clarín. (bis)

Y de América el nombre enseñando

Les repite, mortales, oid:

Ya su trono dignísimo abrieron ​

las Provincias Unidas del Sud.

Y los libres del mundo responden

al gran pueblo argentino salud. (bis)

Estribillo (con coro)

wikipedia.org/wiki/Himno_Nacional_Argentino

Pedro Subercaseaux

Pedro León Maximiano María Subercaseaux Errázuriz ( pronunciación española: [ˈpeðɾo suβeɾkaˈso] ; 10 de diciembre de 1880 – 3 de enero de 1956) fue un pintor chileno, hijo del pintor y diplomático Ramón Subercaseaux Vicuña . Pintó numerosos retratos sobre acontecimientos de la historia de Chile , como el Cruce de los Andes . Pintó retratos de la historia de Argentina solicitados durante el Centenario de Argentina . Se casó con Elvira Lyon Otaégui en 1907, pero el Papa anuló posteriormente su matrimonio para que ambos pudieran ingresar en las órdenes religiosas.

Vida y carrera

Estudió en Europa, desarrollando su vocación artística bajo la instrucción de su padre. En 1896 ingresó en la Real Academia Superior de Arte de Berlín y en 1899 estudió en el taller de Lorenzo Vallés y en la Escuela Libre de Roma. En 1900 se trasladó a París para ingresar en la Académie Julian.

Bajo el seudónimo de PS trabajó como caricaturista para El Diario Ilustrado desde 1902. Estuvo a cargo de las ilustraciones de las leyendas coloniales de Joaquín Díaz Garcés y de los cuentos policiales de Alberto Edwards para la Revista Pacífico. A partir de 1906 y paralelamente a su vida como pintor, alcanzó notoriedad como caricaturista e ilustrador en diferentes publicaciones nacidas al amparo del nuevo periodismo de principios del siglo XX. Sus ilustraciones, muchas veces realizadas en acuarela, iluminaron las portadas de la revista Zig-Zag, los aleccionadores folletines de la revista Familia, las páginas de la Revista Pacífico y las de El Diario Ilustrado. También incursionó en la ilustración de libros, entre los que destacan sus grabados para Tierra de Océano, de Benjamín Subercaseaux. Sin embargo, el principal aporte de Pedro Subercaseaux como ilustrador fue la creación, en 1906, del Barón Von Pilsener, el primer personaje de historieta chileno, quien convirtió a su creador en un pionero de la historieta en Chile.

En 1908 el Gobierno argentino adquirió su cuadro «El Abrazo de Maipú», imagen que luego fue reproducida para billetes y postales.

Pedro fue el único pintor sudamericano al que se le encargó pintar un retrato de un Papa (Pío X) para la Galería de los Papas del Vaticano. Tuvo que ir dos veces: en 1911 para realizar el cuadro vestido de frac (como exige el protocolo), y treinta y seis años después, para pintar una aureola dorada sobre la cabeza del Papa que había sido canonizado.

Durante el año 1913 y a pedido de los presidentes del Parlamento de Chile, Pedro Subercaseaux pintó «Descubrimiento de Chile», obra que ocupa el Salón de Honor del ex Congreso Nacional. En 1920, el matrimonio Subercaseaux-Lyon obtuvo una dispensa papal que les permitió disolver su matrimonio. Ambos se retiraron, por separado, a monasterios europeos, donde iniciaron su vida religiosa. En 1927, Pedro fue ordenado sacerdote benedictino. A partir de entonces se dedicó a la creación de obras de arte con contenido religioso, como la ilustración de libros sobre la vida de San Francisco y San Benito y la decoración de iglesias para diferentes parroquias a lo largo de Chile. En 1937 completó el cuadro de Pío X añadiendo una aureola, signo de la reciente beatificación del pontífice. En 1946 pintó su famoso cuadro, El joven Lautaro .

En 1956 murió Pedro Subercaseaux. Está enterrado en el cementerio del monasterio, hoy Abadía Benedictina de la Santísima Trinidad de Las Condes.

wikipedia.org/wiki/Pedro_Subercaseaux

LA BATALLA DE MAIPÚ

Academia de Historia Militar de Chile

DOMINGO 5 DE ABRIL DE 1818

LA BATALLA DE MAIPO DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS VECINOS DE SANTIAGO Y CONCEPCIÓN

Es muy común advertir que en la bibliografía relativa a la Historia Militar suela narrarse en forma completa y detallada lo que han sido las distintas acciones de guerra (tanto en Chile, como en América y en el mundo en general) desde el campo de batalla mismo. Aunque esto parezca algo muy tradicional, nunca dejará de tener valor, y siempre podrá enriquecerse a medida que la investigación historiográfica progrese y entregue nuevos antecedentes que antes se desconocían.

No obstante lo anterior, resulta muy interesante abordar los hechos militares desde otras perspectivas, siendo una de ellas el cómo fueron percibidos por la sociedad civil de cada época (o, simplemente, de parte de quienes no eran uniformados, ya que la sociedad civil es más bien un fenómeno de los tiempos contemporáneos). En el caso de la historia militar chilena, la batalla de Maipo es muy conocida por el común del público en el marco del campo de batalla (aquí hay episodios emblemáticos como la carga de Santiago Bueras, y el abrazo entre Bernardo O’Higgins y José de San Martín), pero no desde el punto de vista de los habitantes de Santiago y también de los residentes en Concepción.

Es necesario recordar que dicha acción de guerra tuvo lugar en los llanos situados al sur de la capital, dentro de la cuenca de Santiago. Hacía poco que había tenido lugar el desastre de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818), lo cual hizo que la gente temiera seriamente sobre el destino de la causa patriota. Después de la batalla de Rancagua (octubre de 1814), vino el período de la reconquista española, que implicó una serie de medidas represivas contra muchos chilenos, lo cual terminó enajenando el apoyo local a la causa realista y alentó la asistencia que la población chilena dio al Ejército de Los Andes, el cual había atravesado la cordillera desde Mendoza y librado la batalla de Chacabuco (febrero de 1817). De esta forma, el nuevo gobierno patriota de Bernardo O’Higgins pudo establecerse en Santiago, en medio de las aclamaciones de los vecinos de la capital.

UN PUEBLO QUE DESCONOCE, IGNORA Y OLVIDA SU HISTORIA, SU PASADO, SUS ANCESTROS, SUS COSTUMBRES, SUS PERSONAJES, SUS INSTITUCIONES, SU CULTURA, SU PATRIMONIO Y SUS TRADICIONES, ES UN PUEBLO SIN ALMA, SIN IDENTIDAD, SIN COMPROMISO, SIN ARRAIGO, SIN PERTENENCIA Y SIN FUTURO…

Pero todavía quedaba la resistencia realista en el sur del país, lo cual hizo que las campañas militares continuaran en esa región por todo el año 1817. En ese contexto, en el mes de enero de 1818 se produjo un nuevo desembarco de tropas en el sur, comandadas por Mariano Osorio (el general español vencedor en la batalla de Rancagua), las cuales fueron avanzando hacia la zona central. Entonces se produjo el encuentro de Cancha Rayada, cuyo resultado avivó entre los vecinos patriotas el temor a nuevas represiones por parte de un segundo gobierno realista y la necesidad de tener que volver a emigrar.

“La noticia de la derrota de Cancha Rayada se supo a las treinta y seis horas en Santiago, siendo portador de ella el teniente Samaniego, quien anduvo ochenta leguas en tan corto espacio de tiempo. De tal magnitud pareció el suceso, tan improbable, que nadie quería creerlo; más al día siguiente lo confirmó el teniente coronel Arcos, y tras él una multitud de oficiales, a quienes el miedo persiguió hasta la capital, y les hacía abultar las pérdidas y los peligros. Un delirante terror se apoderó de los habitantes, que temerosos y perplejos, ocultaron unos cuanto poseían de algún valor, marcharon otros a sus haciendas y no faltó quien atravesase las altas cordilleras, como único medio de ponerse a salvo. Gran número de familias se condenó de nuevo al destierro, emprendiendo el camino de Mendoza, y a ello les movió la imprudente medida tomada por el director don Luis de la Cruz de enviar a dicho punto los caudales del Tesoro.(1)

La voz del gran jefe

Felipe Pigna

José de San Martín es uno de los hombres más nombrados y más homenajeados de nuestro país y a la vez, paradójicamente, uno de los menos conocidos en toda su dimensión. Las miles de calles (una por pueblo o ciudad) que llevan su nombre, las centenares de plazas, los tantos y tantos monumentos y bustos poco nos dicen de este hombre que lo dio todo por su país, que se comprometió hasta sus últimos momentos con la suerte de sus habitantes. Extraordinario estratega militar, que se inició en la carrera de las armas a los once años y a los quince ya era un oficial con mando de tropa; enorme lector y fundador de bibliotecas, pintor y concertista de guitarra. Calumniado hasta el extremo, perseguido, ninguneado y exiliado, su aguda mirada del país fue acallada, sus opiniones políticas ocultadas; su visión del ejército y el rol de las fuerzas armadas en la sociedad civil, censurada”. Con la minuciosa investigación y el estilo atrapante que lo han convertido en uno de los historiadores latinoamericanos más leídos, en esta nueva obra Felipe Pigna encara la biografía del prócer máximo de la Argentina. La voz del Gran Jefe desentraña los mitos y debates que en vida y en la posterior construcción de su imagen como “Padre de la Patria” han rodeado a la figura de José de San Martín, para mostrarnos al hombre público y privado en todas sus dimensiones. Entre otros aspectos clave, pasa por una revisión crítica las versiones sobre su posible origen mestizo, su rigurosa formación intelectual y militar, sus complejas relaciones familiares, sus vinculaciones con la francmasonería y la diplomacia británica, sus adhesiones ideológicas y proyectos políticos, en su admirable trayectoria de libertador de América, los cuestionados motivos de su renuncia y su extraño ostracismo final. También incluye extensos párrafos del libelo inédito atribuido al general Carlos María de Alvear titulado Primera parte de la vida del general José de San Martín, una curiosa pieza bibliográfica que se ocultó a la lectura de los argentinos por casi doscientos años. El monumental trabajo de Felipe Pigna devela un San Martín integral, que permite comprender su extraordinaria actuación en la fundación de las naciones latinoamericanas y la grandeza que inspiró cada uno de sus pasos.

MANUEL BELGRANO. Vida y pensamiento de un revolucionario.

La historia oficial relegó a Manuel Belgrano al papel de “creador de la bandera nacional”, a tal punto que hasta en el calendario la fecha de su muerte quedó asociada al símbolo patrio. Fue la forma de ocultar, por mucho tiempo, el pensamiento y la acción de uno de los más lúcidos innovadores y revolucionarios de nuestra historia.
En esta nueva obra, Felipe Pigna aborda el estudio integral de la agitada vida de Belgrano, tanto en lo público como en lo privado y familiar. Además de sus facetas más conocidas como protagonista de la Revolución de Mayo y general de la Independencia, aparecen con gran relevancia en estas páginas los aspectos menos divulgados: su ideario progresista y las incontables batallas que libró para llevarlo a la práctica. Belgrano fue el primero en nuestras tierras en estudiar y difundir las ideas de la economía política, adaptándolas a la realidad y los intereses rioplatenses; el primer promotor de nuestra industria, un pionero de nuestro periodismo, un hombre de avanzada en ideas culturales y educativas, un defensor de los derechos de los pueblos originarios y, en un tiempo en que se postulaba la instalación de una monarquía en el Río de la Plata, quien propuso la coronación de un descendiente de los incas.
La minuciosa investigación y el estilo atrapante de Pigna imprimen su marca personal cuando recorre los múltiples aspectos de la rica vida privada y pública de Belgrano. Este nuevo libro alcanza un dramatismo magistral al recuperar las banderas de un hombre extraordinario que no vaciló en dar la vida con honestidad, coherencia, humildad y amor por la patria.

felipepigna.mitiendanube.com

Felipe Pigna

Buenos Aires, 1959

Como profesor de Historia, Felipe Pigna (1959, Mercedes, provincia de Buenos Aires) dirigió el proyecto “Ver la Historia” de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini de la Universidad de Buenos Aires, con el que se realizó el documental fílmico 200 años de historia argentina, de trece capítulos. En televisión condujo Historia confidencial, vida y vueltaLo pasado pensado y El espejo retrovisor por Canal 7. Fue conductor junto con Mario Pergolini de Algo habrán hecho por la historia argentina, basado en sus libros Los mitos de la historia argentina, emitido por Canal 13 y Telefé, que alcanzó los 25 puntos de rating en el prime time y obtuvo el premio Martín Fierro 2006 y 2007, y el premio Clarín en 2006 y 2009. Condujo por The History Channel la serie de documentales sobre los bicentenarios latinoamericanos Unidos por la historia, ganadora del Martín Fierro del cable. En 2012 condujo el ciclo Historia clínica, emitido por Telefé.

 ©Gentileza Editorial Perfil

También entre los años 2012 y 2013 dirigió los documentales Chacú, una historia de la provincia del Chaco, emitido por Canal Encuentro, y Misiones, historia de nuestra provincia. Fue ganador del Martín Fierro 2017 al mejor programa cultural de la TV por Noticias de ayer. Ha publicado El mundo contemporáneo (1999), La Argentina contemporánea (2000), Pasado en presente (2001), Historia confidencial (2003), Los mitos de la historia argentina (2004), Los mitos de la historia argentina, tomo 2 (2005), Lo pasado pensado (2006), La larga noche de la dictadura y La noche de los bastones largos (2006, junto con María Seoane), Los mitos de la historia argentina, tomo 3 (2006), La historieta argentina (2007-2016), Evita (2007), José de San Martín, documentos para su historia (2008), Los mitos de la historia argentina, tomo 4 (2008), Historias de nuestra historia, una historia animada para chicos y no tan chicos (seis tomos libro y DVD), Libertadores de América (2009, Premio Manuel Alvar en el rubro Humanidades de la Fundación Lara, Madrid, editado en la Argentina, España y Colombia), 1810, la otra historia de nuestra revolución fundadora (2010), Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras (2011), Evita, jirones de su vida (2012, editado en la Argentina, España y Colombia), Los mitos de la historia argentina, tomo 5 (2013), Al gran pueblo argentino salud. Una historia del vino argentino, la bebida nacional (2014), La voz del Gran Jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín (2014), Manuel Belgrano. El hombre del Bicentenario (2016), La vida por la patria. Una biografía de Mariano Moreno (2017), Mujeres insolentes de la historia I y II (2018), Los cuentos del abuelo José (2019), Los cuentos de don Manuel. El legado (2020), Manuel Belgrano. Vida y pensamiento de un revolucionario (2020), Gardel (2020), Calles. Para perderse y encontrarse en la historia argentina (2022) y Los Güemes (2023).

En Radio Nacional conduce Historias de nuestra historia.

Fue director de la colección Bicentenario de la editorial Emecé, de la revista Caras y Caretas y de www.elhistoriador.com.ar, el sitio de historia más visitado de la Argentina. En su página de Facebook, Felipe Pigna página oficial, tiene más de un millón de seguidores; y en Instagram, 825.000.

En diciembre de 2019 recibió la faja de honor en el rubro ensayo de la Sociedad Argentina de Escritores.

Expedición Libertadora del Perú – 20 de agosto de 1820

Era necesario que desde Chile se enviara una expedición por mar con un ejército capaz de adentrarse en pleno territorio peruano y conquistar el principal enclave que tenía el Rey de España en América del Sur.

Las dos campañas navales desarrolladas anteriormente en el litoral del Virreinato peruano, fueron exitosas en lo referente a la neutralización del poder naval español en el interior de El Callao, pero no se logró su destrucción.

Aún cuando los buques enemigos entregaron el control del mar a la Escuadra chilena, en el frente terrestre el ejército virreinal mantenía a sus habitantes sometidos férreamente a las autoridades españolas.

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Era necesario que desde Chile se enviara una expedición por mar con un ejército capaz de adentrarse en pleno territorio peruano y conquistar el principal enclave que tenía el Rey de España en América del sur.

A su regreso a Valparaíso, el 06 de marzo de 1820, el Almirante Cochrane requirió del Director Supremo, General O’Higgins, la preparación de la campaña contra el Perú a la brevedad posible, aprovechando la inmovilidad de las fuerzas navales españolas en El Callao. En su apreciación, bastaría un ejército de 2.000 hombres cuyo mando sugería dar al General Ramón Freire para la ocupación de Lima y el derrocamiento del gobierno virreinal. Tal proposición no fue aceptada por el gobierno de Chile, tras el cual estaba San Martín, en razón a que ya se había resuelto que la expedición sería conducida por el General argentino.

Lo anterior no fue muy del agrado del Almirante suscitándose dificultades entre éste y el Gobierno por el mando en jefe, al extremo de tener que establecerse una rígida diferenciación entre el mando de la Escuadra Libertadora, que ejercía Cochrane, y el mando del Ejército Libertador que tenía San Martín. Sin embargo, el mando de la Expedición Libertadora no era más que uno y era ambicionado por ambos caudillos. Cochrane muy pronto debió convencerse que sería el perdedor. En efecto, así fue, y desde ese momento comenzaron los problemas por la falta de pago a la tripulación, abastecimiento insuficiente de los buques y del alistamiento de la expedición en general, siendo el principal problema la falta de tripulaciones adecuadas para los buques, en razón a que los mejores hombres se habían ido por el no pago de sus salarios y de su participación en las presas.

Las discrepancias entre Cochrane y San Martín alcanzaron tan alto grado que sólo la moderación de O’Higgins, impidió un rompimiento definitivo entre ellos. Asimismo, fue necesaria su directa participación para apaciguar al Almirante y evitar que hiciera efectiva su renuncia presentada en más de una ocasión.

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Oportuno es destacar que la Expedición Libertadora del Perú, Escuadra y Ejército, fue prepa rada y equipada enteramente por el Gobierno de Chile, a costa de grandes sacrificios. Las dificultades que afrontaba el Gobierno de Buenos Aires, donde existía prácticamente una anarquía, le impedían cualquier apoyo a esta expedición; es más, se dispuso que San Martín regresara con los restos del Ejército de los Andes, a fin de sofocar las revueltas existentes en ese país. En todo caso, tanto la Escuadra como el Ejército Libertador portaron la bandera de Chile. Asimismo, es conveniente mencionar que, en el plano estratégico, la Expedición Libertadora del Perú era de gran significación para el afianzamiento de la independencia de Chile y, en lo naval, la destrucción de las fuerzas navales existentes en El Callao, un imperativo para la consolidación del dominio del mar que ejercía la Escuadra Nacional.

Fuerzas chilenas

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La Escuadra Libertadora, cuya primera tarea era dar cobertura al convoy durante la travesía, al mando del Almirante Cochrane, quedó integrada por las siguientes unidades: fragata “O’Higgins”, nave insignia, 50 cañones, Comandante Crosbie; navío “San Martín”, 64 cañones, Comandante Wilkinson; fragata “Lautaro”, 50 cañones, Comandante Guise; corbeta “Independencia”, 28 cañones, Comandante Foster; bergantín “Galvarino”, 18 cañones, Comandante Spry; bergantín “Araucano”, 16 cañones, Comandante Carter; bergantín “Pueyrredon”, 16 cañones, Comandante Prunier; goleta “Moctezuma”, 8 cañones, Comandante Casey. En Valparaíso permaneció la corbeta “Chacabuco”, 20 cañones, Comandante Tortel, como buque de emergencia. La tripulación de la escuadra estaba integrada por 1.600 hombres, de los cuales 624 eran extranjeros, entre oficiales y gente de mar.

El Ejército Libertador, de un total de 4.430 plazas, fue embarcado en 17 transportes, en su mayoría capturados al enemigo.

En conjunto, estas naves tenían una capacidad de carga de 7.140 toneladas y, además de la tropa, embarcaron armamento para 12.000 hombres, dado que se consideraba el reclutamiento de voluntarios peruanos para incrementar las fuerzas, víveres para seis meses, vestuario y un hospital de campaña. El mando del convoy lo asumió el Capitán de Navío Pablo Délano, oficial norteamericano al servicio de Chile desde 1819.


Imagen foto_00000011Fragata «O’Higgins»
1.220 toneladasComandante
Tomas Sackville Crosbie
50 cañones

Imagen foto_00000016Navío «San Martín»
1.350 toneladasComandante
Guillermo Wilkinson
64 cañones

Imagen foto_00000008Fragata «Lautaro»
850 toneladasComandante
Martín Jorge Guise
50 cañones

Imagen foto_00000013Corbeta «Independencia»
830 toneladasComandante
Robert Forster
28 cañones

Imagen foto_00000010Bergantín «Galvarino»
398 toneladasComandante
Juan Tooker Spry
18 cañones

Imagen foto_00000014Bergantín «Araucano»
270 toneladasComandante
Tomás Carter
16 cañones

Imagen foto_00000015Bergantín «Pueyrredón»
220 toneladasComandante
Casey
16 cañones

Imagen foto_00000001Goleta «Moctezuma»
200 toneladasComandante
Casey
8 cañones

Fuerzas realistas

Las fuerzas navales españolas en el Pacífico oriental estaban constituidas por las fragatas “Esmeralda”, “Prueba” y “Venganza”; las corbetas “Sebastiana”, “Resolución” y “Veloz Pasajero”; los bergantines “Pezuela” y “Potrillo”; y varias naves mercantes armadas. Estas unidades permanecían fondeadas, principalmente, bajo el amparo de las baterías en las plazas fuerte de El Callao y una que otra en Guayaquil.

El Virrey Pezuela, presumiendo que en Chile se estaba aprestando una expedición militar contra el Perú, y la información recibida en febrero de que el puerto de Valparaíso estaba cerrado a la navegación comercial, por una nave norteamericana, fue el mejor indicio de que su apreciación era correcta. Sin embargo, no adoptó ninguna acción preventiva contra esa expedición, a pesar de contar con los medios navales adecuados.

El 20 de agosto de 1820, día de San Bernardo y de su cumpleaños, el Director Supremo, vio hacerse a la mar desde Valparaíso a la expedición. El General San Martín se embarcó en el buque de su nombre y el Almirante izó su insignia de mando a bordo de la «O’Higgins».

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Luego de una breve recalada en Coquimbo, a fin de embarcar un batallón, se dirigió a Pisco, fondeando en la noche del 07 de septiembre en la bahía de Paracas. La travesía no estuvo exenta de vicisitudes. En la ruta interceptó y capturó al bergantín norteamericano “Warrior”, que se encontraba al servicio del Virrey, para obtener informaciones sobre la Escuadra chilena y, al mismo tiempo, apoyar con un envío de armas a las guerrillas de Benavides en el sur de Chile. Por él se tuvo conocimiento que algunas unidades de la fuerza española habían zarpado de El Callao para entregar refuerzos y armas a las guarniciones distribuidas a lo largo del litoral, lo que produjo alguna inquietud ya que se habían separado algunos transportes del convoy y se temió que pudieran ser interceptados por las naves  españolas. Sin embargo, todos los transportes se reunieron con la fuerza principal en la bahía de Paracas. Y, en cuanto a Benavides, la corbeta “Chacabuco”, dejada en Valparaíso para estos fines, zarpó al sur para contribuir a la lucha contra las guerrillas.

El desembarco del Ejército en Paracas se inició al día siguiente, empleándose tres días en ello. Para dar seguridad a la operación, la primera división marchó inmediatamente sobre Pisco, abandonado por la guarnición realista; a su vez, la Escuadra destacó a las fragatas “O’Higgins” y “Lautaro”, para que hicieran lo propio desde el mar. Además, el Almirante envió a reconocer El Callao y las fuerzas navales allí presentes al bergantín “Araucano” y a la corbeta “Independencia”, con el propósito de no ser sorprendidos por las fuerzas españolas.

Desembarcado el Ejército, San Martín estableció su cuartel general en Pisco, esperando la reacción de los realistas. Esta acción produjo consternación en Lima, siendo la primera reacción del Virrey Pezuela parlamentar, lo que fue aceptado por San Martín. Las conversaciones llevaron a un armisticio de muy corta duración, que condujo a una inactividad del Ejército en dicho lugar por más de 50 días.

Lo anterior, afectó a las fuerzas navales que se vieron obligadas a una pasividad enervante. La Escuadra estaba atada al convoy, a las instrucciones de O’Higgins y a la autoridad de San Martín. No obstante, capturaron algunas naves mercantes españolas sorprendidas en el área, entre ellas los bergantines “Cantón”, “Rebeca” y “San Antonio”.

En un reconocimiento efectuado por el bergantín “Araucano” a El Callao, el 08 de octubre de 1820, se observó que las fragatas “Prueba” y “Venganza” estaban preparándose para zarpar. Su salida fue confirmada dos días después, sin conocerse su destino, además, se tuvo conocimiento de actividades a bordo de la “Esmeralda”, “Sebastiana” y otros buques que indicaban un próximo zarpe.

En el intertanto, San Martín, presionado por Cochrane, determinó mover su Ejército a las cercanías de Lima, eligiendo Ancón como punto de desembarco. La misión de la Escuadra fue prestar cobertura a este movimiento, para lo cual Cochrane, con el grueso de sus medios bloqueó El Callao y con el resto de ellos, navío “San Martín”, bergantín “Galvarino” y goleta “Moctezuma” dio protección directa al convoy en su desplazamiento de Pisco a Ancón.

Situadas las fuerzas expedicionarias a tres millas de El Callao, todo hacía suponer que se atacaría de inmediato al grueso del ejército hispánico. Cochrane era de opinión que debía atacarse simultáneamente Lima y El Callao. Mientras, San Martín persistía en su idea de parlamentar y fomentar el alzamiento peruano y que fueran ellos quienes decidieran su propio destino. Felipe Pérez Soldán, historiador peruano, acota al respecto que si San Martín hubiese adoptado el plan de Cochrane, con sólo 1.000 hombres se habría conquistado Lima y se hubiese terminado la campaña en ese momento.

La pasividad del Comandante en Jefe de la Expedición y la agresividad de Cochrane, lo llevó a planificar una acción temeraria, que no contó con el consentimiento de San Martín, pero que de tener éxito significaría la captura de la mejor nave española surta en el fortificado puerto de El Callao: La fragata “Esmeralda”.

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La travesía no fue ausente de amenazas. El Virrey Pezuela había dispuesto con anterioridad el zarpe de una escuadrilla, conformada por las fragatas «Esmeralda» , «Prueba» y «Venganza», para interceptar al convoy. Estas desplegaron como piquete espía al bergantín norteamericano «Warrior».

Aún cuando el tiempo y viento fueron favorables para un desplazamiento rápido, resultó imposible evitar la dispersión del convoy, dadas las muy dispares características veleras en los 17 transportes.

Sin embargo, la fortuna obró en poder de los marinos chilenos. A la altura de Coquimbo, la «O’Higgins» capturó al «Warrior» y el 07 de septiembre, recalaba el grueso del convoy a Paracas, puerto de destino de la expedición.

El desembarco del Ejército no presentó mayores dificultades, porque los 630 soldados realistas a cargo de la defensa se retiraron al interior sin combatir.

Quedaron rezagadas el bergantín «Aguila» y la fragata «Santa Rosa», la fragata «Hércules» y el bergantín «Galvarino».

Para su protección, Lord Thomas Alexander Cochrane había destacado al bergantín «Araucano», que recaló el día 11 sin novedad, con el «Aguila» y 600 soldados.

Posteriormente, el Almirante avistó velas en el horizonte y zarpó a investigar con tres buques. Se trataba de las fragatas españolas «Esmeralda» y «Venganza», que los navíos chilenos persiguieron hasta las cercanías de El Callao.

Temiendo que se tratara de un apetecido señuelo para distraerlo de su objetivo principal, Lord Thomas Alexander Cochrane decidió regresar a Paracas, donde se enteró de que esta operación permitió el arribo seguro de la fragata española «Santa Rosa» con 300 soldados.

Finalmente, el 23 de septiembre recalaban el bergantín «Galvarino», la fragata «Hércules» y una goleta apresada. Había así llegado al objetivo la totalidad de la expedición.

Los acontecimientos en tierra, llevaron a José de San Martín y Matorras a decidir el reembarque del Ejército para caer sobre Ancón, donde desembarcó el 30 de octubre.

Previamente, Lord Thomas Alexander Cochrane había iniciado el bloqueo de El Callao con la fragata «O’Higgins», la fragata «Lautaro» , corbeta «Independencia» y el bergantín «Araucano».

La inactividad siempre implícita en las operaciones de bloqueo, no era consecuente con el temperamento dinámico y audaz del Almirante. Urdió, entonces, una operación destinada a aterrorizar al enemigo con un ataque atrevido y resuelto que causara un profundo impacto en sus ánimos. Se propuso tomar la fragata «Esmeralda» al pie de las fortificaciones de El Callao.

armada.cl/tradicion-e-historia

Documentos para la historia del Libertador General San Martín

La obra comprende tres series, con un volumen inicial aparte, que, a manera de introducción, reúne los documentos relativos a los padres y hermanos del Libertador, que se refieren a la actuación de San Martín en España y los de familia.

sanmartiniano.cultura.gob.ar/documentos-del-libertador-general-san-martin

Palabras de presentación a la edición digital de la obra, por el presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, Eduardo García Caffi.

Al cumplirse noventa años de la fundación del originalmente denominado Instituto Sanmartiniano el 5 de abril de 1933 -que a partir del 27 de julio de 1945 pasaría a adquirir su denominación actual- el legado del Libertador permanece en nuestra memoria y sus valores nos sirven de ejemplo constante.

El Padre de la Patria insistía, con categórica convicción, en que las bibliotecas eran aún más poderosas que los ejércitos para consolidar naciones libres, independientes, justas y soberanas.

Por esa razón, crear lo que él denominaba «establecimientos de ilustración» en los que se enseñaran ciencias, artes, letras y oficios era la mejor forma de combatir contra la ignorancia como columna central del despotismo y erigir otra basada en una cultura sólida, en el saber liberador de pueblos.

Los tiempos cambian, la tecnología avanza, pero hay principios rectores que nunca mueren.

Por ese motivo saludo, con verdadera satisfacción y alegría, el esfuerzo del personal de esta Casa que, con su venturoso compromiso, ardua labor y espíritu colaborativo, se involucró activamente y con entusiasmo para hacer realidad este proyecto de digitalización que pondrá obras fundamentales oportunamente publicadas por nuestra institución, de gran valor documental e historiográfico, al alcance de todos.

La digitalización comprende un conjunto de publicaciones que nos permiten conocer al General San Martín en distintas facetas: su vida pública y privada, sus logros, frustraciones, alegrías y tristezas. La documentación incluye los
más variados testimonios escritos que posibilitan visualizar la magnitud de su trayectoria.

Esta confluencia virtuosa de esfuerzos individuales, canalizados institucionalmente, hará posible que los interesados en conocer las cartas personales del Libertador, sus partes de batalla y otros documentos de trascendencia, tengan libre acceso a los mismos en cualquier lugar del mundo en el que se hallen para conocer el pensamiento de quien siempre estuvo dispuesto a sacrificar su existencia por la libertad y era un firme convencido en el ideal de la independencia universal.

Eduardo García Caffi. 5 de Abril de 2023.

Palabras de presentación a la primera edición de la obra, por el entonces presidente de la Nación General Juan Domingo Perón.

El hombre, desde el principio de los tiempos, ha tratado de penetrar el misterio que lleva, corno un enigma, dentro de su corazón.

Desde la más remota antigüedad, la mayor preocupación del hombre fué llegar a las honduras de su intimidad: «conocerse a sí mismo».

Los filósofos de todos los tiempos buscaron la «sabiduría», conocer al hombre, mediante la observación directa de sí mismos y de la humanidad que los rodeaba.

Los historiadores prefirieron en cambio penetrar el misterio del hombre, mirándolo desde lejos…

Acaso los filósofos hayan partido siempre de la hipótesis de que el hombre es demasiado pequeño… Es indudable en cambio que los historiadores han fundado siempre su quehacer en «la grandeza del hombre» como hipótesis de trabajo.

Los pueblos se parecen en esto a los filósofos o a los historiadores.

Les atrae como un abismo, el enigma de conocerse a sí mismos.

Hay pueblos que sólo miran, con el microscopio del instante en que viven, nada más que el presente. Son pueblos sin porvenir, enfermos de pequeñeces.

Otros pueblos, en cambio, se afanan por el conocimiento de sí mismos, contemplando, desde lejos, la altura de sus hombres y la grandeza de sus vidas.

Son pueblos «enfermos de grandeza».

La eternidad los espera desde el porvenir y frecuentemente Dios los elige para cumplir un destino superior entre los demás pueblos.

Para que un pueblo pueda mirarse en su pasado y contemplar por lo tanto, su porvenir con grandeza de corazón necesita poseer en su historia, un momento por lo menos de gloria indiscutible.

Momentos así suelen darse con escasa frecuencia porque se necesitan para ello: la estatura de un hombre gigantesco y el pedestal de un pueblo extraordinario.

Pueblos hay que pasan por el mundo sin encontrarse con «el hombre» anhelado; y hombres gigantescos no encuentran muchas veces «el pueblo» que desean.

Los argentinos que siguieron a San Martín por los caminos de su inexorable designio de «ser lo que debía ser o no ser nada», constituyeron indudablemente el extraordinario pedestal de nuestro Gran Capitán.

Para seguir los caminos de San Martín era necesario un pueblo consciente de su responsabilidad frente al destino de las naciones hermanas que debía liberar con su generoso sacrificio.

Y para conducir soldados de un pueblo así, era menester un alma como la de San Martín, capaz de ascender hasta las más altas cumbres de la humildad.

El Instituto Nacional Sanmartiniano, publicando esta extraordinaria documentación, actualizada mediante búsquedas afanosas, impregnadas de invencible patriotismo, nos pone de frente ante la grandeza indiscutible de San Martín.

En su grandeza sublime nos miramos ya, midiéndola con la grandeza del pueblo que supo conocerlo, comprenderlo y amarlo sangrando desde San Lorenzo a Guayaquil y más allá todavía.

Bien está que nos miremos así para conocernos con absoluta verdad… porque sólo contemplando la grandeza pasada podremos penetrar en la eternidad que nos espera desde el porvenir.

Yo tengo la presunción ahora, de creer que Dios ha vuelto a elegirnos, como en los tiempos de San Martín, para cumplir un designio de liberación entre los pueblos.

Acaso en estas páginas esté el secreto de nuestro destino y lal vez se encuentren algún día, leyéndolas, el pueblo y el hombre capaces de realizarlo más allá de las cumbres que sólo puede hollar la humildad.

Dios quiera que este esfuerzo extraordinario que honra a la historiografía nacional impregne de virtud sanmartiniana esta segunda mitad de nuestro siglo, en la que, sin duda, habrá de decidirse el destino de América y por ende de la humanidad.

Juan Domingo Perón, Diciembre de 1953

Características de la obra.

La primera serie, titulada Documentos del Archivo de San Martín, está integrada por las piezas que con igual denominación se conservan en el Museo Mitre, y que en su mayoría sirvieron para la edición de 1910.

La segunda serie contiene los documentos de otros archivos, sin olvidar las colecciones privadas y aquellos que sólo han llegado hasta nosotros mediante obras impresas.

La tercera serie está destinada a reunir la documentación conocida tardíamente con respecto a los volúmenes publicados, y permanecerá siempre abierta para recoger la que exhume la investigación oficial y privada, con lo cual el archivo se mantendrá al día. Al pensar en esta serie tuvimos presente que en historia no es posible poner punto final a investigación alguna, pues con frecuencia aparecen documentos que por su importancia vienen a completar o modificar sucesos que se tenían por suficientemente investigados.

En la publicación de los documentos se ha preferido seguir el orden cronológico al temático, por resultar éste de imposible adopción debido a la gran cantidad de piezas a clasificarse.

Cada volumen contiene un índice general integrado por las sinopsis de los documentos, e índices de nombres de personas, geográficos y de temas, que para una mayor utilidad serán agrupados al final de cada serie.

Por consultas sobre bibliografía o turnos en biblioteca escribir directamente al área de biblioteca enviando mensaje a biblioteca@sanmartiniano.gob.ar

«Si somos libres, todo nos sobra»

En un nuevo aniversario del fallecimiento del Libertador, conocé el pensamiento vivo de San Martín a través de sus propias palabras. Ciento cincuenta frases del Padre de la Patria extractadas de sus cartas y oficios.

sanmartiniano.cultura.gob.ar/noticia/el-legado-de-san-martin

Los siguentes pensamientos y frases del Libertador San Martín están extractados de las cartas y oficios que integran el «Archivo de los Documentos del General San Martín», publicado por Alejandro Rosa, la «Correspondencia del General San Martín», recopilada por Adolfo P. Carranza, documentos existentes en el Archivo General de la Nación, y otras fuentes de consulta igualmente responsables.

Estos pensamientos representan las normas de una vida de excepción, consagrada a consolidar la dignidad del hombre, en base a los austeros principios con que acuñó la libertad de medio continente. ¡Conocé al Libertador a través de sus propias palabras!

La seguridad de los pueblos a mi mando es el más sagrado de mis deberes (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 26 de enero de 1815, t. II, p. 232).

Mi vida es lo menos reservado que poseo; la he consagrado a vuestra seguridad; la perderé con placer por tan digno objeto (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 1 de octubre de 1815, t. II, p. 253). 

Primero es ser que obrar. Las armas nos dan por ahora la existencia. Asegurada ésta por los esfuerzos militares, podremos entonces dedicarnos al interesante cultivo de las letras (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 30 de diciembre de 1815, t. II, p. 280).

Es cierto que tenemos que sufrir escasez de dinero, paralización del comercio y la agricultura, arrostrar trabajos y ser superiores a todo género de fatigas y privaciones; pero todo es menos que volver a uncir el yugo pesado e ignominioso de la esclavitud (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 31 de marzo de 1815, t. II, p. 404).

No perdonaré sacrificio que conduzca al restablecimiento de nuestras pasadas desgracias, siguiendo constantemente las huellas de dignidad y de prudencia que ha dejado estampadas en su marcha gloriosa el pueblo, cuyos solemnes votos me han constituído (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 20 de mayo de 1815, t. II, p. 417).

La unión y la confraternidad, tales serán los sentimientos que hayan de nivelar mi conducta pública cuando se trate de la dicha y de los intereses de los otros pueblos (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 20 de mayo de 1815, t. II, p. 417).

El genio del orden y el acierto presiden las deliberaciones del pueblo de Mendoza (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 10 de enero de 1817, t. II, p. 528).

La moderación y la buena fe, tales los fundamentos sobre los que apoyo mis esperanzas de ver estrechados los vínculos sagrados que nos unen, y de no aventurar un solo paso que pueda romperlos o debilitarlos (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 20 de mayo de 1815, t. II, p. 417).

Mis necesidades están más que suficientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 22 de noviembre de 1815, t. II, p. 462).

Si es un deber de los magistrados para conservar la tranquilidad pública, separar de entre los buenos ciudadanos a los que por su interés particular, o por su error de ideas atentan contra los derechos de los demás; no es menos dispensarles su protección, si arrepentidos exigen indulgencia (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 13 de marzo de 1816, t. II, p. 496).

Las cárceles no son un castigo sino el depósito que asegura al que deba recibirlo. Y ya que las nuestras, por la educación, están muy lejos de equipararse a la policía admirable que brilla en los otros países cultos, hagamos lo posible para llegar a imitarles (Documentos del Archivo del General San Martín, Buenos Aires, 1910, Mendoza, 25 de marzo de 1816, t. II, p. 499).

Instituto Nacional Sanmartiniano

El Instituto Nacional Sanmartiniano fue creado en 1933. Entre sus principales objetivos, se destacan la investigación histórica y la difusión del pensamiento del Libertador General Don José de San Martín.

Instituto Nacional Sanmartiniano

Como organismo desconcentrado que depende del Ministerio de Cultura de la Nación, el Instituto Nacional Sanmartiniano se encuentra abocado a la investigación histórica y difusión de la vida, personalidad e ideario del Libertador General José Francisco de San Martín. 

Su misión, difundir un saber sanmartiniano basado en la excelencia, utilizando para ello las herramientas tradicionales y modernas de comunicación. En tal sentido, evocan la herencia del General San Martín cuando decía: “Deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres” y «La biblioteca es destinada a la ilustración universal y más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.

sanmartiniano.cultura.gob.ar/info/el-instituto

Principales objetivos:

  • Desarrollar la investigación y estudios históricos, críticos, filosóficos, militares, políticos, con respecto a la personalidad, y la acción pública y privada del prócer y sus colaboradores.
  • Propender a la difusión del conocimiento de la vida, personalidad e ideario del Libertador General Don José de San Martín, en sus aspectos militares y especialmente morales y civiles, y su proyección democrática; a través de actividades didácticas y mediante la enseñanza dirigida al público en general, y especialmente a la juventud estudiantil.
  • Organizar cursos y conferencias en distintas disciplinas, música, artes plásticas, radio, cine, videos, literatura y por toda forma de difusión. En su sede, en establecimientos educacionales, militares, civiles y en centros de cultura de todo el país.
  • Colaborar con las autoridades nacionales, provinciales, municipales e instituciones oficiales y privadas, con el fin de fijar los objetivos de la enseñanza histórica del prócer dentro y fuera del país; asimismo asesorarlas respecto de la fidelidad histórica de cuanto se relacione con la personalidad del General San Martín.
  • Realizar publicaciones y artículos periodísticos a fin de difundir el conocimiento de la vida, personalidad e ideario del Libertador General Don José de San Martín.
  • Coordinar las Asociaciones Culturales Sanmartinianas y los Institutos Sanmartinianos, y promover la fundación de nuevas Asociaciones Culturales Sanmartinianas.
  • Responder, asesorar y orientar a estudiosos y docentes que consulten la Biblioteca Institucional. Colaborar con historiadores e investigadores históricos que se acercan a la Biblioteca en la sede del Instituto Nacional Sanmartiniano. 

Como dijo el Gran Capitán: “Al americano libre corresponde trasmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos”. Esta frase puede resumir el espíritu que anima al Instituto Nacional Sanmartiniano y a quienes trabajan en él.

A medida que navegamos por el intrincado tapiz de la existencia, constantemente se nos presentan opciones, cada una de ellas un posible camino hacia algo extraordinario. Este es un mundo donde la creatividad no conoce límites, donde la mente curiosa encuentra consuelo y donde el corazón valiente descubre territorios inexplorados. Es un lugar donde la búsqueda del conocimiento, la aceptación del cambio y la disposición para correr riesgos no son meras opciones, sino ingredientes esenciales para una vida bien vivida.

Bienvenido a un mundo de infinitas posibilidades, donde el viaje es tan emocionante como el destino, y donde cada momento es una oportunidad para dejar tu huella en el lienzo de la existencia. El único límite es la extensión de tu imaginación.

Historia

En la Ciudad de Buenos Aires, el 5 de abril de 1933, en fecha coincidente con la conmemoración del 115º aniversario de la Batalla de Maipú, por iniciativa del doctor José Pacífico Otero y en la sede del Círculo Militar, se llevó adelante la fundación del Instituto Sanmartiniano.

El doctor Pacífico Otero, historiador especializado en la trayectoria de San Martín, escribió la monumental obra en cuatro tomos Historia del Libertador José de San Martín, fruto del esfuerzo de años de investigación y que ha merecido los más elogiosos juicios. Presidió el Instituto desde la fecha de su fundación hasta el momento de fallecer, el 14 de mayo de 1937.

En 1941, su viuda, Manuela Stegmann de Otero, donó al Instituto -en memoria de su fallecido esposo- una casa a construir: reproducción de la que ocupara el General San Martín en Grand Bourg, entre 1834 y 1848.

La Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, durante la gestión del general Basilio Pertin, cedió un terreno de 290 m2 en la plaza formada por las calles Sánchez de Bustamante (hoy Mariscal Castilla) y Alejandro Aguado, en la que se concretó la donación, siendo la fecha de inauguración de su nueva sede el 11 de agosto de 1946. El edificio reproducido, diseñado por el arquitecto Julio F. Salas, es un tercio más grande que la casa que el General San Martín compró en Grand Bourg, a 25 km de París: ubicada en las proximidades de los dominios del noble español Alejandro Aguado, quien lo ayudó y asistió económicamente durante su exilio.