Las reclamaciones sobre la Antártida

Desde que se llegara a la Antártida distintos países han hecho reclamaciones sobre este continente helado, aunque se haya prohibido que sea de ninguno.

Por Abel Gil

21 abril, 2018

Cuando el noruego Roald Amundsen llegó a la Antártida en 1911, probablemente no pensó en el engranaje legal y geopolítico que se organizaría en torno a su descubrimiento. Desde entonces distintos países han ido reclamando porciones de la tarta antártica, a menudo por únicamente por prestigio, no por necesidades reales.

La Antártida, literalmente “lo opuesto al Ártico”, es el cuarto continente más grande, superando a Europa y Oceanía en superficie. Sin embargo el 98% de su superficie está cubierta de hielo y resulta inhabitable. La población humana se concentra en estaciones y bases científicas en la costa, especialmente en la más templada península Antártica, en el extremo norte del continente, y en un puñado de bases sobre el casquete de hielo.

Varios países habían ido creando reclamaciones sobre el territorio antártico a lo largo de los años. Argentina fue el primer país en presentar reclamaciones en suelo antártico en 1904 sobre un extenso territorio que resultaba de proyectar sus fronteras en Tierra de Fuego, las Malvinas y las islas Georgia y Sándwich del Sur. Sin embargo parte de estas islas estaban bajo control efectivo de Reino Unido, que en 1908 hizo su propia reclamación, superponiéndose a la argentina. La reclamación argentina obviaba por su parte los territorios chilenos al sur de Tierra de Fuego. Así, cuando Chile hizo su propia reclamación en 1940, se superpuso también a la argentina y a la británica. Este triple solapamiento llevó a conflictos, como el incidente de la bahía Esperanza, y a una carrera natalicia entre Chile y Argentina para así fortalecer sus reclamaciones. 

James Clark Ross exploró el mar que lleva su apellido e izó la bandera en nombre de la reina Victoria del Imperio británico. Esta antigua reclamación sirvió para que en 1923 el Reino Unido reclamase el territorio y lo pusiese bajo la administración del gobernador de Nueva Zelanda, país que, tras independizarse, mantuvo el reclamo. La reclamación australiana tiene la misma historia que la neozelandesa, pero se realizó tres años más tarde, y en mitad de ella quedaba una reclamación francesa. Francia reclama la Tierra de Adelia por la exploración de ese trozo de costa por parte de Dumont D’Urville. Noruega reclamaba un amplio territorio basándose en las exploraciones de Roald Admunsen, que en 1911 alcanzó el Polo Sur. La tierra de Marie Byrd, una inmensa porción de la Antártida, quedaba sin reclamaciones, convirtiéndose en el mayor terra nullius del mundo.

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Para cesar la carrera territorial y un posible conflicto bélico, en 1959 se firmó el Tratado Antártico, por el cual se estipulaba que la Antártida tendría libertad para usos científicos —excluyendo ensayos nucleares— y se prohibía toda medida de carácter militar que no fuese de colaboración científica, además de prohibir la creación o ampliación de nuevas reclamaciones, pero también realizar acciones que fundamenten o nieguen una reclamación. Así, el Tratado Antártico no elimina las reclamaciones existentes, sino que las congela.